miércoles, 26 de octubre de 2022

 Lisboa en tres días o menos

16 de agosto de 2018 (2º viaje a Lisboa)


Llegamos al aeropuerto sobre las 10:15, pero como nuestro “anfitrión” (airbnb) no nos dejaba entrar antes de las 16:00, dejamos las maletas en la estación de Santa Apolonia (por 4€) y paseamos cerca del Panteón. Callejeando, por casualidad, nos encontramos con el Mercado do Ladre o Feira da Ladra, y justo pegado a él un lugar que se convertirá en uno de nuestros espacios favoritos de Lisboa: el Jardim Botto Machado.


Acalorados, entramos en el apartamento, que estaba ubicado al final de una cuesta, en el barrio de Graça. Vamos cargados con maletas y se nos hace más dura que una etapa de montaña del Tour de France. Sudados y bastante nerviosos –nos costó unos cuantos mensajes con el dueño, poder entrar en el apartamento- nos encontramos con un espacio minúsculo, con techos bajos, más pequeño que nuestra buhardilla de Jesús y María. El suelo del apartamento sucio o mal barrido y peor fregado, las toallas con olor a humedad y carente de utensilios básicos. Barato y bien situado, y también con unas buenas vistas, pero mal acondicionado.


A pesar de eso, nos parece bien y salimos a recorrer los barrios. Llegamos hasta Alfama y allí decidimos cenar en un restaurante típico amenizado por dos guitarristas y una cantante de fados. Aunque Mireille le presta más atención a su comida. Mientras yo he pedido un pulpo a la brasa, ella se deleita con una cazuela entera de arroz y mariscos de la que da buena cuenta y prácticamente se la termina (hablamos de un perol del que habrían comido tranquilamente como mínimo cuatro personas). Paseamos y tras la cuesta, nos desmayamos en el apartamento.





17 de agosto de 2018


Hace un día soleado, así que decidimos un plan de playa. Cogemos un tren hasta Cascais y desde allí un paseo. Desayunamos en el pueblo, y nos deleitamos con los mejores croissants de chocolate que hemos probado nunca (al menos yo).

Primero para conocer los alrededores de uno de los lugares privilegiados de ese pequeño pueblo de pescadores y las villas y residencias, que según cuentan pertenecen a la clase noble lisboeta. 

Decididos a encontrar un hueco de playa que nos motive para un buen baño, paseamos en dirección a Estoril, y allí nos quedamos en la playa de Tamariz (como el mago). Nos agenciamos unas tumbonas y una buena, y necesaria, sombra por 14€

Intentamos el baño y comprobamos que nuestra amiga Rose no mentía: el agua está helada, y eso que hace uno de los días más calurosos del mes de agosto. Mireille, que es capaz de bañarse en ríos helados lo nota igual que yo.

Es la hora de comer y preferimos hacerlo a unos metros de nuestra tumbona. Elegimos uno de los chiringuitos que parecen enfocados al turista español: casi todos ofrecen calamares a la romana, paella y jamón ibérico (a saber).


En medio de esa agua helada y el sol que escalda, arranco mi lectura de “Sostiene Pereira”, la novela con la que Tabucchi hizo público y notorio su amor por Portugal y concretamente por Lisboa. Era una fijación, leer esa novela del italiano, y en Lisboa. Y a medida que avanzan las páginas me pregunto por qué habré tardado tanto en acercarme a este genio.

Tomamos el tren de vuelta, tras un día genial de arroz, pescado, sol, baño, lectura y siesta en tumbona. Desde Estoril hasta Cais do Sodre (la estación de Lisboa de donde parten y arriban estos trenes) el viaje puede parecer pesado porque se trata de un tren que para en todas las estaciones, pero a la vez es ameno, ya que el recorrido ofrece una visión de la costa hasta Lisboa única.  

Ya en Lisboa, paseamos por las calles del barrio pijo y caro, Chiado, una especie de calle Serrano pero con más cuestas y precios algo más asequibles. Y atardece. Ese momento mágico que nadie debe perderse en una ciudad rodeada por pequeños montes mirando una parte al Tajo y otra al Atlántico.

Regresamos exhaustos al apartamento en autobús (carris), pero como no tenemos ganas de volver a subir esa empinada cuesta de Graça, compramos lechuga, cervezas y algo de fiambre para cenar en nuestro mini apartamento. Intentamos ver una peli, pero caemos, otra vez, desmayados.



18 de agosto de 2018


Amanece a las 6:30, es la hora en la que la luz comienza a molestar en la buhardilla de Graça. Y tras una ducha, vamos a conocer, por fin, la Feira do Ladro (de la que ya he puesto enlace). Según leemos,  aquí venían a vender los objetos robados los ladrones, de ahí su nombre. Desayunados en nuestro lugar favorito, en el Jardim Botto Machado, el Café Clara Clara, desde donde escribo estas líneas, rodeados de alemanes y franceses, unos más ruidosos que otros.

Visitamos el mercado y seguimos paseando por Alfama. Entramos en el barrio pijo, Rossio, y una vez allí de cabeza a la tienda Camper para descubrir que aquel modelo (Mil) que tanto busqué están aquí, y dos pares. Mireille me anima a comprarlos. Paseamos por Chiado, un barrio de tiendas, tipo Serrano, y de las pocas calles que en Lisboa no están empinadas.

Buscando un sitio para comer, encontramos Sol e Pesca, un bar peculiar especializado en sardinas, atún, y todo tipo de conservas delicatesen, especialidad muy de Lisboa. Seguro que hay sitios mejores, pero la terraza, la calle y las camareras, así como la tranquilidad de la calle hacen que te quede un recuerdo agradable. Es el lugar perfecto para un tentempié con un vino blanco o una cerveza artesana. Repetiremos.


Y de postre, GROM, la heladería que descubrimos en Siena. Especial atención al helado de straciattella y al de galletas (el de la foto es de Nannarella, otra heladería artesana y más tradicional que merece la pena, ya que no es una franquicia, y encima está justo en la Plaza de la Asamblea de la República, ). 


Recogemos el calzado en la tienda Camper y nos dirigimos al apartamento. En el camino descubrimos calles del barrio de Alfama que no habíamos tocado. Bares que están hasta altas horas, algunos con fado de fondo, con un sugerente (y excesivo) olor a sardina humeante, y con una singular propuesta: en sus paredeshan convertido en estrellas a las gentes del barrio, señoras sentadas en un banco, cantantes de ventana, y vecinos de los de toda la vida.

Tras una ducha en el apartamento, volvemos a buscar un lugar donde cenar, tal vez alguno donde sirvan las típicas sardinas asadas. Lo conseguimos, pero no tenemos demasiada suerte, ya que las que nos ofrecen son grandes, poco jugosas y llenas de espinas. Pero la aventura ha merecido la pena. 

martes, 23 de agosto de 2016

Menos mal que nos queda Portugal

6 años después de nuestra aventura americana, retomamos el blog para contar nuestra primera experiencia en Lisboa, al menos en pareja. Ya que en solitario, la visité por primera vez en 1977, como parte de una especie de viaje fin de curso. Pero fue algo tan lejano, tan breve y tan efímero que apenas tengo recuerdos y los pocos que tengo o son borrosos o sólo tienen que ver con la visita que hicimos a Fátima.
Ha sido este un viaje casi relámpago y planficado practicamente una semana antes de partir. Lo que supone que todo ha resultado más atropellado y, por supuesto, más caro de lo que debería haber sido.

El viaje a Lisboa es algo que teníamos pendiente. Que mucha gente nos había recomendado y que siempre habíamos arrinconado, unas veces por tiempo y otras por resultar demasiado próximo. Lo cierto es que uno de esos vídeos de fotos que hace facebook sin pedirlo, de un amigo de Mireille, nos abrió el apetito para viajar hasta el Algarve. Ni que decir tiene que las fotos de calas y playas con nosotros funcionan a la perfección, con lo cual nos faltaron segundos antes de lanzarnos a la búsqueda.

Lo primero era decidir dónde y cuántos días. Una parte en Lisboa, un día para conocer una buena playa en Setubal, o cerca, y otros tres días más recorriendo el Algarve.

Empezamos.
(nota: el vídeo es de Oporto 2017, no de Lisboa)


Oporto 1 from Andresfierro on Vimeo.

viernes, 30 de julio de 2010

Últimos apuntes de New York

EL AVIÓN
Es importante revisar el estado de los equipos de entretenimiento -tele y salida de audio- antes del despegue. Aunque no siempre se puede, ya que la mayoría de compañías acostumbran a conectarlos una vez tomada altura. Todo esto viene a cuento porque en nuestro vuelo con Delta Airlines a Mireille no le funcionaba la imagen y a mi me fallaba el sonido, y eso convirtió una parte del viaje en una especie de "No me chilles que no te veo". Lo que no imaginábamos es que a la vuelta nos esperaba el remake: o sea, mas de lo mismo, el equipo de vídeo no funcionaba ni "palante ni patrás", aunque no éramos los únicos. Lo gracioso era comprobar como cuando avisábamos al azafato -pulsando el correspondiente botón- este venia, lo apagaba (el botón de aviso) sin preguntar y se iba. Menos mal que no sufrimos ninguna urgencia. Fueron 8 horas de ida de sueño y otras 8 de vuelta, y en ninguno de ambos casos pudimos disfrutar de películas tan interesantes como Al límiteUn hombre soltero o Percy Jackson y el ladrón del rayo.

LOS CHICLES
En Estados Unidos se comen muchos chicles (es el primer país productor), y en NY también. Pero hemos notado que el suelo de Manhattan no está ni la mitad de manchado por los chicles "caídos en batalla" que el de ciudades como Madrid o Barcelona. Y es que, por fortuna, la mayoría los suele tirar en la papelera. Por desgracia, el día que decidimos comer en Central Park, justo en el sitio que me senté alguien había dejado una muestra en el césped. Y no me digan que eso trae buena suerte. Eso lo único que trajo fue una mancha pegajosa en mis vaqueros.

Ya hemos contado que en la serie Fringe han utilizado en varias ocasiones como localización el Dinner en el que comimos en Williamsburg. Lo que no sabíamos es que una de las fotos, la que hicimos justo al entrar en el barrio judío, iba a coincidir con uno de los momentos más espectaculares de la misma serie.






EL SPANISH
El servicio y la cocina de muchos restaurantes neoyorquinos está formado por empleados de origen hispano (mexicanos, peruanos, ecuatorianos, portorriqueños, colombianos, venezolanos, etc). Y aunque lo entienden y lo hablan –a la perfección–, son reacios a soltarse en español. Es una cuestión de clase, nos explicaron. Para ellos el inglés es sinónimo de aceptación y les hace sentirse más USA y menos discriminados. Puede que, en algunos casos, sus jefes no les permitan que hablen "spanish" en el local, así nos lo han contado. Aunque también hubo excepciones, como Greppa, el dueño de un show-room de Brooklyn, o un señor que nos encontramos en una cola de un restaurante y gracias al cual pudimos comprender todos los ingredientes de las salsas de la carta. Quizá habría que explicarles, a los más vergonzosos, que el español, como lengua, es más antiguo y más rico que el inglés, que tiene más tradición y tanta literatura como la lengua de USA, un país formado gracias al español, al portugués y al francés, que son las lenguas que se hablaban mucho antes de que los colonos holandeses y británicos se instalasen en Manhattan (esas y todas las lenguas indígenas que fueron borradas por los invasores europeos).

EL AGUA.
En todos los bares y restaurantes que visitamos -que no fueron muchos por eso de la pasta- nos sorprendió que antes de tomarnos nota los camareros siempre nos llenaban un vaso de agua hasta arriba. Se agradece un detalle, que además no se cobra.

LOS MCDONALDS y LOS STARBUCKS
De los primeros apenas hay, y los pocos que vimos son pequeños y están escondidos. Será que los neoyorquinos son más listos que el hambre y han aprendido la lección y ya no los "I'M LOVIT". Sin embargo su enfermiza adicción al café ("aguachirli") en vaso grande hace que abunden por todas partes los Starbucks. En Chinatown los hay hasta disfrazados, como éste de la foto..

CENTRAL PARK
Ya hemos explicado sus maravillas, su enormidad, y el remanso de paz que supone en una ciudad de 18 millones de habitantes dedicada casi exclusivamente a los negocios y al ocio (tb negocio). Pero no hay que menospreciar ciertos peligros. Como por ejemplo el de pasear en una zona transitada por "joggins", o sea unos tipos que corren a toda pastilla y que no se detienen ante nada, y contra los que más vale salir por piernas antes de terminar arrastrado. Hay zonas que deberían estar señalizadas como prohibidas para peatones. Y por si esto fuera poco, están los coches. Sí, los coches, los de cuatro ruedas y los de caballos, a los que se les añaden los rickshaw locales. Todos deambulan por las dos avenidas (East Dr. y West Dr.) que cruzan y circunvalan el parque.

LO QUE DEJAMOS.
Terminamos el último post hablando de lo que nos dejamos en NY. Mireille una funda de Iphone que quizás alguien haya reciclado, y yo unas zapatillas adidas que ya habían cumplido su ciclo de vida (más de 10 años) y a las que les permití un largo y reposado descanso muy cerca de Central Park (donde nos hicimos esta última foto con ellas).

martes, 27 de julio de 2010

Mañana de Sabath, Dinner y seacabó.


Sábado 19 de junio. 
Hemos hecho los deberes el día anterior (las compras), así que nos queda toda la mañana para disfrutar (a las 17.30 nos recogen dirección aeoropuerto). Nos levantamos temprano. Echaremos de menos las cantidades de zumo, croissants y cafés expresos del hotel. Tomamos la línea L, dirección Brooklyn norte, concretamente Williamsburg. Bajamos en Bedford Avenue y recorremos una pequeña parte de esta extensísima avenida. Es sábado por la mañana y ya empiezan a verse barbudos culturetas gafapastas (algunas cuestan más de 400$) por las calles, sentados, o mejor, tirados con sus macbooks blancos. En una de las escasísimas inmobiliarias comprobamos que los alquileres son realmente asequibles. Aquí se pueden conseguir metros en muy buenas condiciones por menos de 1.000$/mes (en el Village no bajan de 3.000). Dicen que la zona está de moda, como lo están sus habitantes, los hipsters. Con esos precios no sorprende.

Me siento en una butaca de diseño mientras Mireille investiga una curiosa boutique de ropa y complementos (que ya no existe). Pasan los minutos y la veo hablando con un dependiente. Como sé que su inglés es tan justo como el mío, entro y compruebo que Ggrippa, el dueño, además de poseer un rarísimo nombre, habla español con acento catalano-andaluz (no sé por qué me sorprendo). Mientras nos resume su historia (diseñador de moda y performances), la convence para que se lleve un sombrero único vintage,  el último de la colección, a un precio nada vintage (que es el que lleva en la foto de abajo, abajo).
















Recorremos la avenida (Bedford) hasta cruzarnos con Williamsburg Bridge, para sumergirnos en el universo paralelo de los judios ortodoxos, o yidish. Visten de negro, con camisas blancas, con trenzas y sombreros con algo de pelo ellos, y ellas con faldas largas. Salen de todas partes y por un momento aquello parece convertirse en "Unico testigo", pero en vez de amis, yidish. A la vuelta pasamos de nuevo por la boutique y Greppa nos explica que la ley judia les obliga a permanecer encerrados en su casa los sábados, así que se han buscado un subterfugio: han convertido -simbólicamente- todo el barrio en parte de su casa y de esa forma los niños pueden jugar en el parque y los padres visitar la sinagoga, todo sin transgredir los férreos hábitos del sabath.


Son más de las dos y callejeamos en busca de un sitio donde saciar el hambre y la sed (hoy hace mucho calor). De pura casualidad nos encontramos un templo icónico para cualquier cinéfilo: el Relish, un "dinner" clásico, metalizado por fuera, con sofás tapizados en ski rojo, asientos redondos en la barra, azucareros y servicio de café gratis. Lo habíamos hablado, pero creíamos que la mayoría estaban en las afueras. Estamos de suerte, porque éste cumple todos nuestros requisitos: amplia terraza fuera, un reservado con luces rojas, los baños en el sotano tras unas larguísimas, y peligrosas, escaleras, y la comida recién cocinada por un tipo lleno de tatuajes y servida por una camarera que no para de sonreir, mientras pregunta si todo esta ok. Primero nos sirve café, y después, por supuesto, una enorme botella de agua. Disfrutamos más que dos mellizos en la zona infantil de Ikea.
(Días después descubriremos que el dinner es localización favorita de infinidad de series y películas "Fringe", "Bored to death", entre las primeras, y "El buen pastor" (De Niro) y "Noche loca" (Tina Fey y Steve Carell) entre las segundas, pero hay muchas más).

Nota: En 2016 comprobamos que el Relish, tras un tiempo cerrado, ha cambiado de dueños, de estilo y hasta de nombre: "El café de La Esquina". Mantiene el modelo dinner, pero ahora su especialidad es la comida mejicana.
Nota: En 2019 ha desaparecido la web de El café de la Esquina, pero en google maps sigue apareciendo el café, aunque por las noticias que leo en algunas webs va a ser muy difícil que sobreviva a la especulación inmobiliaria que padece esa zona de Brooklyn. 


 



Terminamos recorriendo varios mercadillos alternativos, con precios algo excesivos, y llegamos hasta McCarren Park, zona de encuentro de jóvenes creativos y estudiantes amantes del chill out. Saboreamos estos últimos minutos porque en media hora regresamos al hotel. Última mirada a la habitación que nos ha servido de cuartel durante 9 días, a la piscina, y también a la ciudad. El autobús recorre parte del Midtown buscando pasajeros para enfilar la 678 dirección JFK y nosotros hacemos las últimas fotos, mientras recorremos una parte de Queens que el tiempo no nos ha permitido visitar en este primer viaje, pero que ya hemos apuntado para el siguiente. 

Últimos instantes en el "dutty-free" para comprar algunos recuerdos con los últimos 30$. Y repasando las fotos comprobamos que la ropa del vuelo de ida es casi la misma, pero en nuestras caras, además del tostado de sol, reflejan alegría con su justo punto de "morriña", la que nos produce abandonar ese universo tan único, tan singular e irrepetible. Además de una funda de ipod customizada y unas adidas gastadas, también hemos dejado en Nueva York una parte de nuestro corazón, por eso sabemos que volveremos pronto.













Fotos: © Andrés F. y Mireille A. B.


Actualización: Con algo de pena a fecha de hoy (7 feb 2011) nos enteramos de que el Relish, el dinner de Brooklyn, ha cerrado sus puertas. Una pena. Pero quienes busquen lugares similares en esa zona les recomendamos este otro y también consultar esta web, en la que se informa de lugares similares por todo Estados Unidos.

lunes, 19 de julio de 2010

Coney Island, las compras y la última cena.


Viernes 18 de junio. 
Hace un sol espléndido (después comprobaremos que en exceso), así que decidimos, sin demasiados planes, tomar el metro hasta Coney Island, la llamada playa de New York. El lugar, además de por la canción de Lou Reed, también es conocido por su famoso parque de atracciones y por tener una de las más antiguas montañas rusas de la historia, el Ciclone, construido en 1927 y que todavía aguanta los envites de la erosión marina. Durante su momento álgido, la zona, parque y playa, llegó a recibir casi un millón de visitantes diarios (Por si hay dudas, os dejo un vídeo que lo ilustra a la perfección). El fotógrafo Cartier-Bresson lo documentó así en uno de sus famosos reportajes para la revista Life

Como nos apetece pasear, nos bajamos un par de paradas antes de Coney Island, en Brigthon Beach (en la foto de la derecha). Se trata de una especie de minibarrio habitado por emigrantes rusos que han cimentado allí su "Little Russia" de restaurantes, salas de masajes, cafés etc. Hace muchísimo calor y puesto que llevamos el bañador, el chapuzón es casi obligatorio. No sin que una de las guarda-costas, montada en un quark, nos "explique", a grito pelado, que no podemos bañarnos en la zona que tenemos en frente y sí, en cambio, unos metros más allá. La razón: ?. El agua está fría pero soportable, y el baño nos sienta genial. 


Seguimos el paseo, con más calor (son las 13:00 pm), y con algo de peligro, ya que algunas de las tablas de este paseo (todo de madera) se pueden levantar y darte un severo susto si no estás atento. Unos metros más allá, una partida de obreros sufre los rigores del sol reponiendo las más deterioradas. Mientras, al otro lado del paseo un grupo de chicos (algunos pasan de los 40) juegan a algo parecido a la pelota vasca, con la diferencia de que en este frontón da igual a qué altura dé la pelota, siempre es buena. Casi al final, en una zona de embarcadero, que en realidad es más bien un "pescadero",  los más valientes lanzan sus cañas. La mayoría cubanos que suplen su añoranza en este "malecón" de madera. Desconocemos el grado de comestibilidad de las piezas, pero es innegable el aspecto de museo que presentan algunas de ellas (véase foto al respecto).

  

Visitamos de pasada el parque, el Ciclone, y demás retro-atracciones. Y de repente, sin haberlo planeado, nos topamos con el famoso restaurante (es un decir) de los hot-dogs de Nathan, mundialmente conocido por sus extravagante concurso de comida (el último ganador engulló más de 68 en 10 minutos). Como no queremos buscar más sitios para comer, enfilamos la cola para pedir unos perritos acompañados de patatas y salsa. A casi 30 grados, y sin sombra, no hay peligro de que el hot-dog se enfríe. Están buenos, pero tampoco es para tanto.



Buscamos la sombra del metro para regresar a Manhattan. Pensamos en adelantar el día de compras (que en principio habíamos planificado para el sábado, nuestro último día) y nos bajamos entre la 34 St. y la 6ª Av. para conocer Macys, una especie de Corte Inglés made in USA. Nos habían hablado mucho sobre sus grandísimas ofertas pero lo único que encontramos grandísimo es el lugar: es un espacio enorme, mal estructurado y laberíntico.  Aunque todo hay que decirlo, Mireille consiguió un Levi's a 19$ (16 €). Allí, en los espejos del probador, comprobamos los estragos del sol: estamos más rojos que una camiseta de España. Llegamos al hotel exhaustos de recorrer pasillos y colorados como dos gambas. Intentamos localizar un sitio para nuestra última cena y finalmente, conseguimos matar dos pájaros de un tiro. En Rachel's, muy cerca del Five Napkin, además de cenar, escuchamos jazz del bueno. Después de algunas dificultades para que Rachel, la dueña, nos explique la carta con ayuda de un camarero hispano, probamos la pasta y las hamburguesas y el resultado es positivo. Ha sido un día completo y casi sin planificar. Estamos contentos, pero también tristes: sólo nos queda un día y el tiempo en N.Y. se nos va de las manos. 















Fotos: © Mireille A. B.

jueves, 15 de julio de 2010

Woody Allen, la Pataky y el perro salchicha.















Jueves 17 de Junio.
Desayuno tranquilo y nada estresado. Terminamos el café y el té en Bryant Park (en la foto, de día y de noche), un parque que tenemos a dos manzanas del hotel y en el que por las mañanas puedes sentarte a disfrutar del aire fresco que se respira. Es un oasis, más pequeño que Central Park, pero oasis al fin y al cabo, enmedio de una amalgama de negocios y rascacielos. Por las noches se proyectan películas y por las tardes hay conciertos de piano y de música clásica. . De ahí a la Grand Central Station, la estación, dicen, con más andenes del mundo (44 andenes con 67 vías). Es un edificio único, de estilo Beaux Arts, que muchos hemos conocido en películas como "Con la muerte en los talones" y sobre todo en esa magnífica secuencia en la que Al Pacino -Carlito Brigante- intenta escapar de un pasado con forma de muerte.

Siguiente parada, el MET, Museo Metropolitano de Nueva York , un enorme museo enclavado entre Central Park y la 5ª avenida. Es un día soleado, así que, aunque la entrada no cuesta nada (en realidad se trata de un donativo sugerido de 20$, pero no todos lo pagan), decidimos seguir callejeando. Acabamos en el Apple Store de la 5ª (a la izda.): es como un ciber-café, ideal para conectarse a internet, revisar la prensa y descargarse el correo, pero con una enorme ventaja, ¡es gratis!, es el lugar ideal para el WI-Free. La tienda está atiborrada de adolescentes fascinados por el mundo Ipod-Ipad, y por los múltiples encargos del Iphone 4G, que debuta en unos días (24 junio de 2010).

Y nos vamos de compras a Union Square. La plaza es una pequeña representación del país: todas las nacionalidades y todas las clases sociales. En una de sus esquinas se encuentra uno de los templos del consumismo gastronómico neoyorquino, el Whole Foods Market, un paraíso para los amantes perezosos de la cocina internacional. Tienen de todo lo que uno se pueda imaginar, y mucho más, en lo que a comida preparada se refiere. La puedes llevar o consumir allí mismo, en la primera planta, un lugar en el que se respeta al comensal y donde la gente entabla conversación, o incluso amistad, con su vecino de mesa (también es zona WI-Free).



Paseo por la zona universitaria, Greenwich Village y el Soho, siguiendo en este caso la planificación sugerida por la guía Planet. Gracias a ella, descubrimos tiendas singulares: una decorada con miles de máquinas de coser y un outlet de Custo (cerca del original, en Spring St, más caro), en el que encontramos chollos de los de verdad: una camiseta de 112$ a 19$. Descansamos en Bruno Bakery Café y hacemos balance: nos gusta la zona, tiene mucho encanto, pero los precios de sus "espacios decorativos" y los alquileres son prohibitivos, al menos para dos mileuristas como nosotros.

Se nos hace de noche y decidimos reconciliarnos con Woody Allen. Viajamos en metro hasta la Avenida Lexington, dirección puente de Queensboro, para hacernos una foto similar a la que nos ha acompañado durante unos cuantos años en nuestra buhardilla: el cartel de "Manhattan" de Woody Allen (nuestras favoritas son "Annie Hall" y "Balas...", pero el cartel y el inicio de "Manhattan" son el manifiesto de este ingenioso cineasta). El lugar no está desierto. Hay dos parejas de enamorados.Conseguimos la foto, o algo parecido, y nos sentimos cinéfilo-románticamente especiales. Regresamos al hotel con cara de tontos y visiblemente contentos, y por supuesto, cansados.









POSTDATA (Esto nos ocurrió por la mañana, a primera hora, y se me olvidó incluirlo):
Al cerrar la habitación vemos salir como una flecha un perro salchicha del ascensor. Metemos la mano para evitar que se cierre la puerta y perezca ahogado por la correa, y al entrar, allí está: es Elsa Pataky sujetando como puede a un perro hiperactivo. Lo comentamos -con ella- como si fuera lo más normal del mundo. Se baja del ascensor y en recepción le espera un equipo de personas. Están pendientes de unas fotos y uno de ellos, que parece el fotógrafo, le habla a la Pataky en catalán. Conclusiones: no es una chica del montón. Tal vez no sea una gran actriz, de hecho no lo es. Pero sí es guapa y lo suficientemente alta encima de sus tacones. Salimos del hotel, pero algo se nos olvida, así que regresamos. Al entrar, de nuevo esperando al ascensor la actriz y su mascota. Decidimos subir por la escalera para que no piense que la perseguimos cual intrépidos fans, mientras ella nos devuelve el saludo.  Al día siguiente pensamos en nuestra obra del día: hemos salvado la vida de un perro, salchicha, y su dueña era la Pataky (Aunque como dijo Juan Luis, escribir en una misma frase salchicha y Pataky puede resultar peligroso). (Por cierto, corren rumores de Pataky estará en la siguiente de Woody, junto a su ex, Adrian Brody).

Fotos: © Mireille A. B.

sábado, 10 de julio de 2010

Interiores con Reese Witherspoon

Miércoles 16 de junio.
Los desayunos en el hotel comienzan a ser algo estresantes: hay pocas mesas y cada vez más españoles que se apoltronan, a veces más de una hora, en el buffet del desayuno. Algunos no paran de repetir de todo (¿dónde meterán tanta comida, tendrán una bolsa adicional en sus estómago para almacenarlo?), y otros aprovechan el tiempo para hacer tertulia, aún viendo como otros -nosotros, sin ir más lejos- esperan, y desesperan por una mesa libre. No hay remedio.

El día está nublado, así que la decisión es fácil: nos vamos al MOMA, el Museo de Arte Moderno por antonomasia, uno de los más completos y, dicen, el que alberga las mejores colecciones fotográficas del mundo. Ver el Museo, así, al completo, requiere varios días. Nosotros pasamos unas 5 horas empapándonos de arte, sobre todo de fotografía (Cartier-Bresson, Chuck Close, Andy Warhol, etc), pero también de pintura (Picasso, Pollock, etc). Dentro del MOMA hay 3 cafeterías (abiertas según la temporada, de ellas la más relajante es la de la terraza) y también un restaurante con un menú variado y, lo que es más importante, muy barato (no supera los 12$, es decir no llega a los 10€).

Pero pesan más las recomendaciones de Teresa, así que después de revisar a fondo la tienda de regalos del MOMA, cogemos la calle de nuestro hotel (West 45 Street ) dirección a la 9ª, para sentarnos con hambre, y sed, en el Five Napkin Burguer. Es, como su nombre indica, una hamburguesería, pero especial: las hamburguesas (riquísimas, gracias Teresa) van desde 13 a 16$. Nos han comentado que a ella acuden, de vez en cuando, actores, autores y gentes del mundo del escenario (está a un paso de los teatros de Broadway) y de la televisión (lo visita Kelsey Grammer, el protagonista de Frasier). Al rato de sentarnos, y después de habernos servido agua 3 veces (según parece en N.Y. es algo casi religioso, antes de tomarte nota), entra una rubia y un rubio. Les atiende, con una dedicación exclusiva y antes que a cualquiera, uno de los encargados, quien les coloca en una mesa especial (o eso parece). Me quedo mirando y pienso que la cara de ella me resulta familiar. Le pregunto al camarero, pero se hace el sueco, aunque reconoce que allí van muchos actores, y que sí, que se trata de una actriz. Finalmente recuerdo el nombre: "Reese Witherspoon", le digo. El camarero sonríe y se va. Es ella, pero a nadie le importa. No hay paparazzis (o no les vemos) ni cámaras. (Atención, la foto está tomada justo antes de la entrada de la "rubia muy legal")

Paseamos por una zona poco turística y muy bulliciosa de N.Y.: Hell's Kitchen, La cocina del infierno Aquí se han rodado infinidad de películas (Sleepers, El clan de los irlandeses, etc)  y en él nació uno de los mitos del cine de acción, Sly Stallone. Es también uno de los barrios peor cuidados de la ciudad: el asfalto abierto y destrozado, las fábricas y los coches abandonados, descampados y multitud de "Delis" de todas las razas y colores. Todo eso te hace pensar que, por momentos, no estás en la Gran Manzana. Una pena no tener hambre para probar alguno de esos curiosos restaurantes (otra vez será). Caminando,  llegamos hasta la Oficina Central de Correos, conocida como James Farley. Nos sentamos en sus enormes escalinatas mientras observamos en los carteles luminosos del Madison Square Garden los próximos grandes conciertos que nos esperan: David Bisbal y Alejandro Sanz. Seguimos hasta el Empire States. No subimos porque estamos saturados de vistas (y también porque como ya explicamos, decidimos subir sólo al Top of the Rock), pero nos hinchamos haciendo fotos.















Bajamos por Broadway, desde la calle 33 a la 23. Queremos hacernos una foto frente a un edificio emblemático, visto una y mil veces en la tele y en el cine, el Flatiron Building, uno de los rascacielos más antiguos de N.Y. Allí, un indio nos pide que le hagamos una foto. Nos marea con el encuadre y, curiosamente, no quiere que aparezca el Flatiron. Después le pedimos que nos haga una foto a nosotros y, claro, deja fuera la mitad del edificio. (Arriba a la izquierda Mireille lo intenta con el susodicho)

Le dejamos allí encuadrando no sé qué y nos acercamos hasta el Madison Square Park, donde una desconocida (para nosotros) Ruthie Foster nos deleita con sus ritmos entre el blues y el reggae. La gente emocionada no para de aplaudir. De vuelta, casi de noche, un espectáculo que se repite todos los días: las calles llenas de bolsas de basura enormes apiladas formando pequeñas montañas. O no hay espacio para contenedores, o nos los consideran necesarios. Al final de la caminata nos reecontramos con los pamplonicas, Pedro y Mariví. Nos re-despedimos. Como no tenemos mucha hambre, degustamos un ice-cream (único y gigante) y terminamos dándonos un baño en la piscina del hotel.















Fotos: © Mireille A. B.

viernes, 9 de julio de 2010

El día más largo, segunda parte.

En capítulos anteriores... Recomendación: no hagáis el viaje en helicóptero. No merece la pena. Y esto lo digo, no por el susto de la puerta, sino porque al no sobrevolar Manhattan (ni siquiera cruzan por Central Park, algo que sí ocurría hasta abril de este año) ya no es lo mismo. Y es preferible un ascenso al Empire States o al Rockefeller Center para hacerse una idea de los rascacielos. Salvo, eso sí, que como a Mireille, os vuelva loco eso de pilotar helicópteros, aviones o cualquier cacharro similar. En ese caso, el viaje es altamente recomendable.

Superada la prueba al valor, decidimos emular a Jane Fonda y Robert Redford en "Descalzos en el parque" y pasear por Washington Square Park, un espacio de recogimiento, lleno de músicos, pintores y demás, en el que los neoyorquinos han colocado un Arco del Triunfo (parecido al de París, pero dedicado a uno de sus fundadores, Washington). Quizá por eso, y por la película, el sitio tiene un punto entre lo romántico y lo bohemio, aunque durante nuestra visita el parque estaba en obras. Aún así merece la pena darse una vuelta por esta zona del Greenwich Village, tal vez uno de los barrios más bonitos de toda la isla. En él encontramos tiendas tan singulares como una papelería artesanal de estilo inglés o una tienda de moda hipermoderna en la que Andrés se compró unos vaqueros, y Mireille encontró un bolso pequeño, pero a precio prohibitivo (ésto último es opinión de Andrés).

Y de parque a parque, nos fuimos a Central Park. Compramos algo de comida dentro del propio parque y nos tumbamos a la bartola unas horas, antes de recorrerlo de cabo a rabo. Y como todo el mundo dice, Central Park es una isla dentro de otra isla. Allí nos encontramos bicis, patines, pintores, barcas, gente haciendo de todo, desde jugar al fútbol (allí le llaman soccer), hasta equilibristas, lectores, y por supuesto, algún que otro "voyeur". Es un lugar único donde te pasarías horas y horas sin hacer nada más que meditar, leer o contar historias. Todo el estress de la ciudad se detiene allí. Hay silencio y encima está limpio.
















Por la tarde tocaba gastar zapatillas: recorrer parte del lago Jackeline Kennedy Onassis (con los dos apellidos) y bajar desde casi el final de Central Park hasta el Rockefeller Center. La intención era ver algo de sol, el atardecer y la noche. Pero llegamos un pelín tarde y ya casi sin sol. Eso sí, las vistas, el atardecer y la noche no tienen comparación. Seguro que desde el Empire son parecidas. Pero nosotros elegimos éste por las colas (no había), porque ofrece vistas de Central Park (el Empire apenas) y porque el edificio sale en una de nuestras series favoritas (30 Rock). El ascensor tarda menos de un minuto en subir 259mts- 68 pisos (como en el curro, minuto arriba) y ofrece tres plantas para vistas, la más alta sin cristales. Es un lugar tranquilo si no hay demasiada gente y si no coincides con excursiones de adolescentes (y hormonantes) italianos. Y el precio no está mal (nosotros sacamos un combinado Rock-Moma, por 30$, con lo cual nos salió por 15$ la entrada al Rock y otros 15$ al Moma, cuando lo habitual son 20 cada una).

Después quedamos con Pedro y Mariví, para cenar y despedirnos, ya que sólo tenían un día y lo iban a aprovechar para compras (se iban el jueves a Punta Cana, a completar su luna de miel). Tras un paseo por Times Square encontramos una pizzeria en la 6 avenida y, aunque pasaban de las 12, les convencimos para hacernos una pizza al momento (las porciones recalantadas no parecían recomendables). Nos despedimos de la pareja, a la que hemos cogido mucho cariño a pesar del poco tiempo que hemos tenido para conocernos. Y de nuevo, esta vez con argumentos de peso, caemos desmayados en la cama.









Fotos: © Mireille A. B. y Andrés F. N.