Nada más pasar el control de entrada del JFK, tras la "foto oficial" -sin gafas- y las huellas digitales de las dos manos, nos recoge Heber, un portoriqueño gigantón que habla a velocidad de vértigo. Nos lleva, a nosotros y a otras 3 parejas más, hasta nuestros respectivos hoteles. Y durante el camino nos explica que Nueva York es una de las ciudades más seguras del mundo, para a continuación matizarlo al tiempo que nos vende una excursión denominada "Contrastes de N.Y." (un paseo por Bronx, Harlem, Queens y Brooklyn y sus zonas, según dice, más peligrosas). Nos detalla lo de las propinas y todos reparamos en un cartel que lleva bien visible y que dice "La propina no está incluida en el servicio". Las 4 parejas pagamos el pato, y al menos 3 de ellas le "regalamos" 15 dólares (5 por pareja), porque ninguno lleva billetes más pequeños. Será la primera y la última. A partir de ahora seremos menos indulgentes con las propinas (1 dólar por cada 10, según del sitio).
Primer paseo por la zona: recorremos la calle 45 hasta Times Square, que está lleno del humo y los olores de los falafel, hot dogs y demás comidas callejeras, y por supuesto de gente. Hay más gente que personas. Son las 12 de la noche del sábado 12 de junio y no paramos de hacer fotos: a los letreros, a las calles, a la gente, a los taxis, a la policía. Típico de novatos recién llegados. Sólo unas pocas se salvan.
Dos manzanas más tarde terminamos en Bryant Park, un lugar que descubriremos en su plenitud días después. Primer chasco: intentamos sentarnos a tomar algo, pero aparece un policía, negro y enorme, que a grito pelado nos echa del parque. De regreso recalamos en un Deli (Cranberry Gourmet) que está a 20 metros del hotel. Pedimos un sandwich y, gracias al cocinero hispano, descubrimos que los sandwiches aquí son super-size (4 dólares cada uno). Está bueno pero no hay quien se lo acabe y el seven-up tampoco ayuda. Mañana será otro día.
Times Square: no es niebla, sino el humo de la comida callejera
Fotos: © Mireille A. B.
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