
Viernes 18 de junio.
Hace un sol espléndido (después comprobaremos que en exceso), así que decidimos, sin demasiados planes, tomar el metro hasta Coney Island, la llamada playa de New York. El lugar, además de por la canción de Lou Reed, también es conocido por su famoso parque de atracciones y por tener una de las más antiguas montañas rusas de la historia, el Ciclone, construido en 1927 y que todavía aguanta los envites de la erosión marina. Durante su momento álgido, la zona, parque y playa, llegó a recibir casi un millón de visitantes diarios (Por si hay dudas, os dejo un vídeo que lo ilustra a la perfección). El fotógrafo Cartier-Bresson lo documentó así en uno de sus famosos reportajes para la revista Life.
Como nos apetece pasear, nos bajamos un par de paradas antes de Coney Island, en Brigthon Beach (en la foto de la derecha). Se trata de una especie de minibarrio habitado por emigrantes rusos que han cimentado allí su "Little Russia" de restaurantes, salas de masajes, cafés etc. Hace muchísimo calor y puesto que llevamos el bañador, el chapuzón es casi obligatorio. No sin que una de las guarda-costas, montada en un quark, nos "explique", a grito pelado, que no podemos bañarnos en la zona que tenemos en frente y sí, en cambio, unos metros más allá. La razón: ?. El agua está fría pero soportable, y el baño nos sienta genial.





Buscamos la sombra del metro para regresar a Manhattan. Pensamos en adelantar el día de compras (que en principio habíamos planificado para el sábado, nuestro último día) y nos bajamos entre la 34 St. y la 6ª Av. para conocer Macys, una especie de Corte Inglés made in USA. Nos habían hablado mucho sobre sus grandísimas ofertas pero lo único que encontramos grandísimo es el lugar: es un espacio enorme, mal estructurado y laberíntico. Aunque todo hay que decirlo, Mireille consiguió un Levi's a 19$ (16 €). Allí, en los espejos del probador, comprobamos los estragos del sol: estamos más rojos que una camiseta de España. Llegamos al hotel exhaustos de recorrer pasillos y colorados como dos gambas. Intentamos localizar un sitio para nuestra última cena y finalmente, conseguimos matar dos pájaros de un tiro. En Rachel's, muy cerca del Five Napkin, además de cenar, escuchamos jazz del bueno. Después de algunas dificultades para que Rachel, la dueña, nos explique la carta con ayuda de un camarero hispano, probamos la pasta y las hamburguesas y el resultado es positivo. Ha sido un día completo y casi sin planificar. Estamos contentos, pero también tristes: sólo nos queda un día y el tiempo en N.Y. se nos va de las manos.
Fotos: © Mireille A. B.
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